Un Sueño que Florece en Libertad – Sofía Galíndez
- Camila Canova Papanicolaou
- 6 days ago
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Updated: 5 days ago
Sofía sonríe con los ojos. De ellos emana una luz que permite ver alegría pura sin necesidad de que sus labios se curven.
Tiene siete años y es tan curiosa y espontánea que no es difícil comprender por qué ya ha ganado dos medallas de plata en las Olimpiadas Recreativas de Matemática y Lengua: una en 2023 y otra en 2024.
Sofía vive en Aguirre, un pequeño pueblo de los valles altos del estado Carabobo, cerca de Montalbán y lejos de todo privilegio urbano. En su casa, una humilde vivienda flanqueada por un imponente árbol de cotoperí, reinan otras tres mujeres: su abuela materna, su mamá y su tía.
Es hija única. Su madre, Mariangel Pinto, tiene 31 años y es aseadora en el hospital de la contigua ciudad de Bejuma. Su abuela trabaja en el mismo centro asistencial y su tía, Daniela, la menor, abogada, labora en los tribunales locales.
En la escuela pública donde Sofía está inscrita, la formal, a la que debe asistir obligatoriamente, hay clases solo dos días por semana. Horario mosaico, le llaman: una provisionalidad de los tiempos de confinamiento pandémico que a causa del agravado ausentismo docente devino en norma.
Uno de esos dos días de clase, Mariangel recibió, en el propio cuaderno de Sofía, una nota escrita por la maestra. Luego llegó otra nota y luego otra más: que la niña no presta atención, que la niña no rinde, que la niña va mal en lectura, que la niña ni escribe.
Preocupada por la creciente colección de recados, Mariangel resolvió destinar parte de sus 70 dólares mensuales de sueldo para pagar el servicio de una educadora que la ayudara con la enseñanza de Sofía, quien para entonces, empezando primaria, ciertamente no sabía leer ni escribir. Su mamá fue quien le indicó, cual prescripción médica: “Llévala con Yasmir”.
Yasmir Granadillo es de las que nació para educar, para ser faro en la vida de sus alumnos. Es de esas docentes “vieja escuela”, de las que nunca dejan de buscar la manera de enseñar, de las que siempre la encuentran.
En 2020, pandemia adentro, la vocación, la necesidad económica y la insistencia de varias familias, la impulsaron a crear el Centro de actividades educativas orientadas Guiando mis pasos, un espacio habilitado en su propia casa para atender a estudiantes de primaria y secundaria.
En principio pensó que sería un lugar de mera orientación para las asignaciones escolares, pero al constatar las profundas deficiencias académicas de sus primeros alumnos, supo que su labor tendría que ir mucho más allá.
Entre sus alumnos de este no muy lejano comienzo estaba Sofía, con su cuaderno de la escuela lleno de notas de desaprobación.
Rápidamente -refiere Yasmir- la niña empezó a absorber conocimientos, a remontar letras, sílabas, palabras, a comprender lo que estas significaban y, lo mejor, a maravillarse con cada historia a la que entraba, emocionada, confiada, ya sabiendo leer.
María Lucía, hija de Yasmir, estudiante de cuarto año en el único liceo de Aguirre, y asistente docente en su centro educativo, fue artífice y testigo de la transformación.
En abril de 2023, no mucho después de que Guiando mis pasos se hiciera parte de El bello árbol, sus alumnos recibieron la invitación para participar en las Olimpiadas Recreativas de Matemática y Lengua. Ese año, gracias a la alianza con la Fundación Motores por la paz (Fmplp), organizadora de las competencias, la red de microescuelas de Montalbán inscribió a 81 niños, entre quienes estaba Sofía.
Ella presentó las pruebas preliminares tanto de Matemática como de Lengua. Fueron exámenes presenciales, físicos, en hojas de papel, que aunque de selección simple, eran muy distintos a los de la escuela: en estos había divertidos retos para el intelecto, más que para la memoria.
Cuando a las pocas semanas se conocieron los resultados, el nombre de Sofía Galíndez apareció en dos listados. Había clasificado en las dos materias y pasaba a la siguiente fase de las OR: las pruebas regionales respectivas, en modalidad virtual.
Ella nunca había usado una computadora. Mucho menos una tableta electrónica. Su relación más cercana con dispositivos tecnológicos era una ni muy estrecha ni muy feliz con el achacoso móvil de su mamá.
Fue Mariangel quien días antes de los exámenes en cuestión avisó a Yasmir que Sofía se encontraba inquieta, casi en pánico: deseaba mucho hacer las pruebas pero no sabía cómo podría lograrlo sin saber usar un ordenador o algo parecido.
María Lucía, en situación no muy diferente a la de Sofía en cuanto a que tampoco disponía de una computadora, desempolvó un viejo equipo portátil. En él la niña, velozmente, aprendió lo esencial: nociones de computación y confianza en sí misma.
Provista de una y otra, culminó exitosamente el primer compromiso, el de Matemáticas; además sin ninguno de los contratiempos presupuestados por los organizadores de El bello árbol Montalbán, Yasmir y María Lucía.
Pero a los tres días, en la fecha de Lengua, no hubo electricidad en Aguirre, por tanto tampoco internet. Plan b, c, d y e: Sofía empezó el examen en una conocida hacienda-spa de Aguirre, pero en determinado momento tuvo que ser retirada de ahí debido a que la planta eléctrica se había apagado por falta de combustible. Yasmir y María Lucía, en su moto, se fueron entonces al pequeño automercado del pueblo, el único sitio de toda la zona con un generador de energía funcionando. Allí, en una laptop prestada, luego en el teléfono celular de su maestra, la niña y sus educadoras lograron el cometido.
El anuncio de las cuatro medallas que obtuvieron los participantes de la red El bello árbol Montalbán en su debut en las OR, refulgió con el brillo de la plata alcanzada por Sofía Galíndez.
“Me siento fuerte”, respondía a las felicitaciones que llovían al conocerse la noticia de su triunfo.
“Me siento fuerte”, responde hoy después de haber ganado una segunda presea plateada, de nuevo en Lengua, en las recién finalizadas OR 2024.
“Me siento fuerte”, repite. Y sonríe con sus ojos de luz cristalina.

Mary Elizabeth León / Periodista
@marytaleon
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