Bajo un cielo siempre despejado y rodeada de plantas, la microescuela de Betty se levanta como un refugio de aprendizaje donde las hojas y las ideas crecen al mismo ritmo. Sentada junto a sus estudiantes, Betty observa con atención cada trazo de color en los cuadernos mientras les guía en el descubrimiento de la lectura y las matemáticas. La modesta mesa al aire libre se convierte en un escenario vivo, donde naturaleza y conocimiento se entrelazan en cada lección.

Cada jornada con Betty es una invitación al asombro. No basta con transmitir conceptos: ella transforma las rutinas cotidianas en experiencias que despiertan la curiosidad y el deseo de indagar. Con cariño y paciencia, acompaña a sus estudiantes a explorar el mundo desde sus propios ritmos, celebrando cada avance como un paso hacia la autonomía y el crecimiento personal.

El entorno se viste de energía gracias a carteles coloridos, el abecedario que cobra vida en las paredes y hasta un esqueleto humano que despierta preguntas y risas. Ese ambiente acogedor y estimulante refuerza el mensaje de que el aula puede ser un lugar tan vasto como la imaginación de las niñas que la habitan.

Las sonrisas que surgen entre libros abiertos y lápices de colores son el reflejo palpable de todo lo sembrado en la microescuela de Betty. En ese espacio pequeño, pero rebosante de posibilidades, cada estudiante encuentra no solo el camino hacia el conocimiento, sino también la confianza y la certeza de que, con dedicación, puede alcanzar cualquier meta que se proponga.