María Carolina Berroteran convirtió una antigua bodega de su hogar en la microescuela Genios Brillantes como respuesta a la necesidad de complementar su salario en la administración pública durante la pandemia. Con creatividad y determinación, ambientó un espacio de apenas tres por tres metros para ofrecer clases personalizadas, convirtiendo un expendio de alimentos en un expendio de conocimiento.

A su lado está Sofía Villena, colega con 19 años de experiencia educativa, formando un equipo complementario cuyo propósito es dotar a cada niño de una base sólida y de estrategias adaptadas a su estilo de aprendizaje. Ambas comparten la convicción de que conocer profundamente a cada estudiante es la clave para despertar su curiosidad y expandir sus horizontes.

La comunidad ha acogido con entusiasmo esta propuesta alternativa. Los padres, comprometidos con el progreso de sus hijos, contribuyen con cinco dólares semanales por dos horas de clase de lunes a jueves. Estos recursos no solo fortalecen el proyecto familiar de María Carolina, sino que se reinvierten en el mismo local para mejorar mobiliario, pintura y materiales didácticos.

El sueño de María Carolina va más allá de las paredes actuales: anhela una escuela con infraestructura tecnológica, mobiliario ergonómico y espacios amplios que brinden mayor comodidad y permitan atender a más estudiantes. Su historia es un testimonio inspirador de cómo la pasión por la educación puede transformar vidas y comunidades.