Suleidy Silva encontró en la enseñanza una vocación que trasciende las paredes del aula tradicional. Convencida de que cada niño merece la oportunidad de aprender, abrió las puertas de su casa y su oficina para brindar apoyo académico gratuito a los pequeños de su comunidad. Allí, quienes llegan en busca de ayuda encuentran más que refuerzos de tareas: hallan una guía paciente que detecta sus dificultades y las afronta con dedicación.

Cada día Suleidy se adapta al vaivén de la asistencia: a veces atiende a diez niños, otras veces a ninguno, pero nunca pierde la fe en su propósito. Comienza cada sesión desde cero cuando es necesario, enseñando desde la lectoescritura y reforzando conceptos básicos. Para ella, el aprendizaje no espera a que existan recursos, así que lleva el salón de clases donde haga falta, acompañada de la convicción de que el deseo de aprender es su mejor combustible.

Su entusiasmo por la innovación la mantiene actualizada y en constante búsqueda de herramientas digitales y lúdicas. Integra juegos, videos y actividades interactivas que evitan el aburrimiento y fomentan la curiosidad. Además, cada viernes comparte con los niños una actividad de cocina o una merienda especial, recurso que costea de su propio bolsillo para que ellos también disfruten esa recompensa por su esfuerzo.

Aunque sueña con contar con espacios más grandes y sumar colaboradores, la falta de financiamiento ha limitado el crecimiento de su proyecto. Aun así, Suleidy no se detiene: cada paso está impulsado por la esperanza de que, con la unión de más corazones solidarios, la educación podrá cambiar el destino de muchos más niños en la comunidad.